Ocupó la asesoría de Apoyo a la Dirección del Centro del Profesorado de Sevilla desde el 1 de febrero de 1992 al 31 de agosto de 1995.
Los recuerdos que tiene de los compañeros y compañeras durante su paso por el centro los recogemos en las siguientes palabras que nos ha hecho llegar:
Aquí se recoge el texto enviado por el asesor o asesora.
Unas pocas palabras…
Hace más de veinte años y aún mantengo intactas en mi memoria la voz radiofónica de Pepe Murillo indicándome las primeras tareas (como si yo supiera por dónde empezar) y la generosidad de Reyes y de Paco, a quienes tantas veces acudiría durante estos años para deshacer no pocos entuertos. Y todo ello, en dos espacios bien distintos: la primera planta del Edificio Torrepalmera y el antiguo colegio de la calle Becas.
En el primero, desangelado y frío, compartimos despachos, primero Emilio, luego Carmen Montoro y yo, con el DIN (departamento de informática); en el segundo, ya incorporada al grupo Catalina Vázquez Zunino, disfrutamos junto al resto de asesorías de un entorno sugerente y cálido, desde cuyo patio divisábamos la albarrana Torre de don Fadrique.
En ese tiempo, en esos lugares, varios sustantivos sintetizan mis vivencias: ilusión, juventud y ganas de cambiar las cosas. Y es en este último propósito en el que reside lo que tuvo para mí mayor impacto: “las reuniones de los Estados Generales”, que no eran otras que las reuniones que cada semana, los lunes, mantenía el director con todo el equipo para marcar las prioridades, para repartir y secuenciar las tareas y para REFLEXIONAR.
Nunca olvidaré la nerviosa ansiedad que me embargaba al compartir esas reflexiones con mis compañeros y compañeras, al participar (casi siempre como testigo) de ese enriquecedor intercambio de impresiones unas veces convergentes, otras, maravillosamente divergentes, engalanado todo con el plan estratégico que Pepe nos trasladaba y con la versación de, entre otros, de compañeras como Marga o Mª Antonia, coeducadas ya por entonces en sus impecables discursos ¡Cuánto aprendí!
Sin duda, mi paso por el CEP ha marcado un antes y un después en mi labor docente, ya coronada por treinta y tres primaveras. No fue un paso puntual, ya que, mi vinculación se ha mantenido viva a lo largo de los años…
Siempre es un placer volver y encontrar la mirada cómplice de Paco, la sonrisa amiga de Caty Ortega, la feliz acogida del ya jubilado Manuel Ventura, así como la del actual equipo, con Mariano a la cabeza… Todos me han hecho, me hacen sentir de una forma u otra, parte integrante de esa particular “comunidad de aprendizajes”.
¡A todas, a todos, gracias y feliz 30 aniversario!
Unas pocas palabras…
Hace más de veinte años y aún mantengo intactas en mi memoria la voz radiofónica de Pepe Murillo indicándome las primeras tareas (como si yo supiera por dónde empezar) y la generosidad de Reyes y de Paco, a quienes tantas veces acudiría durante estos años para deshacer no pocos entuertos. Y todo ello, en dos espacios bien distintos: la primera planta del Edificio Torrepalmera y el antiguo colegio de la calle Becas.
En el primero, desangelado y frío, compartimos despachos, primero Emilio, luego Carmen Montoro y yo, con el DIN (departamento de informática); en el segundo, ya incorporada al grupo Catalina Vázquez Zunino, disfrutamos junto al resto de asesorías de un entorno sugerente y cálido, desde cuyo patio divisábamos la albarrana Torre de don Fadrique.
En ese tiempo, en esos lugares, varios sustantivos sintetizan mis vivencias: ilusión, juventud y ganas de cambiar las cosas. Y es en este último propósito en el que reside lo que tuvo para mí mayor impacto: “las reuniones de los Estados Generales”, que no eran otras que las reuniones que cada semana, los lunes, mantenía el director con todo el equipo para marcar las prioridades, para repartir y secuenciar las tareas y para REFLEXIONAR.
Nunca olvidaré la nerviosa ansiedad que me embargaba al compartir esas reflexiones con mis compañeros y compañeras, al participar (casi siempre como testigo) de ese enriquecedor intercambio de impresiones unas veces convergentes, otras, maravillosamente divergentes, engalanado todo con el plan estratégico que Pepe nos trasladaba y con la versación de, entre otros, de compañeras como Marga o Mª Antonia, coeducadas ya por entonces en sus impecables discursos ¡Cuánto aprendí!
Sin duda, mi paso por el CEP ha marcado un antes y un después en mi labor docente, ya coronada por treinta y tres primaveras. No fue un paso puntual, ya que, mi vinculación se ha mantenido viva a lo largo de los años…
Siempre es un placer volver y encontrar la mirada cómplice de Paco, la sonrisa amiga de Caty Ortega, la feliz acogida del ya jubilado Manuel Ventura, así como la del actual equipo, con Mariano a la cabeza… Todos me han hecho, me hacen sentir de una forma u otra, parte integrante de esa particular “comunidad de aprendizajes”.
¡A todas, a todos, gracias y feliz 30 aniversario!
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